viernes, 1 de octubre de 2010

CRÓNICA LOS JÓVENES AYUDANTES DE LA MUERTE

“Es un mundo invisible que nadie quiere ver, pero la verdad es que hay niños que han cometido crímenes abominables”



“Montados en sus caballos negros que corren a toda velocidad, estos seres sacan sus armas para quitarles la vida a aquellos que se les han encomendado”; esto no es un cuento de terror, es la realidad que se vive en nuestro país a causa de jóvenes que se dedican al sicariato, y cuando hablo de jóvenes me refiero exactamente a menores cuya edad oscila entre los 12 y los 17 años. Ellos se levantan, comen, caminan y duermen acompañados en todo momento por la llamada “huesuda”, asistiéndola de una manera detestable en su labor.


Que pasará dentro de sus cabezas cuando sin que les tiemble la mano, descargan un revolver completo en personas que jamás han visto en sus vidas, y por las cuales reciben entre 50 y 120 mil pesos, aumentando con la experiencia que adquieren. ¿Tan poco vale la vida de un ser humano?, ¿Puede la vida tener un valor económico?, tal parece que para estos jóvenes si lo tiene. Existen cientos de casos, por no decir miles, de menores involucrados en muertes, sólo durante este año, han sido capturados 1904 en Bogotá y 1069 en Medellín (fuente: El tiempo). Algunos fiscales a través de medios como diario El país afirman: “Es un mundo invisible que nadie quiere ver, pero la verdad es que hay niños que han cometido crímenes abominables”, y “Son niños para una cosa, pero para lo malo no tienen escrúpulos”.


Durante este año han sido plasmadas cientos de historias de estos jóvenes en periódicos reconocidos. Al leer detenidamente un número considerable, llamaron especialmente mi atención dos de ellas. La primera trata de un muchacho llamado Carlos, el cual creció en las conflictivas calles del barrio El Poblado, en el Distrito de Aguablanca, en el oriente de Cali. Allí, según relató el joven al periódico El espectador, vio desde que tenía 5 años a los muchachos de su cuadra que se enredaban en pandillas o que delinquian al mejor postor. No tuvo padre, a los 14 años fue capturado por primera vez por portar un arma de fuego. Actualmente se encuentra recluido en el Centro de Formación Juvenil Valle del Lili. Él contó que el asesinar le subía la adrenalina y no se arrepentía de hacerlo. Una psicóloga consultada por El tiempo afirma que estos menores han naturalizado la muerte a tal punto de verlo como algo normal.


La otra historia es la de “Juanchito” como es llamado, es alto, tiene estampado en la espalda un tatuaje con la figura de un dragón y es de pocas palabras. Tenía 12 años cuando comenzó a matar. Dicen los investigadores que le seguían la pista desde el 2008, que a ‘Juanchito’ no le temblaba la mano para apretar el gatillo. Ante un investigador, el adolescente dijo que cobraba por matar, que sabía lo que hacía, que su trabajo era ser sicario al servicio de una ‘oficina’. Relata también que: “A la gente (no dice quiénes) le gusta trabajar con pelaos menores de 18 porque no tienen tanto problema cuando los agarran”. Una expresión muy atinada de parte de este joven, ya que los menores y los reclutas están conscientes que por su edad pueden regresar a las calles o a sus casas porque no hay cupos en los centros para ser internados y además las leyes los protegen.


Aunque cueste aceptarlo vivimos en un país desigual, sin oportunidades y que le ha dado la espalda a la juventud en su búsqueda de ser profesionales, de comprarles una casita a sus mamás, o al menos de tener dinero ganado dignamente para comer. Que podríamos reprocharles a jóvenes sumergidos en la pobreza, observando desde pequeños como pandillas se matan entre sí o expenden todo tipo de alucinógenos. Muchos dicen que estos actos no se pueden justificar con la excusa de su pobreza y que deben ser castigados encerrándolos muchos años en la cárcel, pero tal vez no dirían lo mismo si a ellos les hubiera tocado vivir esa situación. Para los seres humanos es muy fácil juzgar a los demás, sin primero pensar en lo que los llevó hasta esos límites tan extremos.


El camino de sangre que siguen estos jóvenes es el callejón sin salida que les ha dado la sociedad, pero quizás somos más lo queremos una vida mejor para ellos. Espero que algún día, juntos, derrumbemos las paredes de dolor, violencia e ignorancia que los rodean, mostrándoles la puerta que los conduzca a la vida de niños que nunca les debieron arrebatar.